Javier Becerra presenta su nuevo libro «La música no es lo más importante»

B. Echeverría

Tras la biografía de «Los Eskizos» y ¡Esto es pop! con su intensa gira de presentación, el periodista Javier Becerra no descansa y lanza «La música no es lo más importante», un ensayo en el que habla sobre la relación sentimental de los melómanos con la música, de los prejuicios y de las extravagancias que acompañan a esta pasión y de cómo con los años ha cambiado su forma de acercarse a ella. Lanza este proyecto a través de una campaña de mecenazgo a través de libros. com

Viniendo de un melómano como tú lo primero que nos sorprende de tu nuevo libro es su título “La música no es lo más importante”.

¡Objetivo logrado! Se trataba de eso [risas]. El título es una frase que me he dicho muchas veces a mí mismo en los últimos años. Los melómanos y los que nos hemos tomado esto como algo casi de vida o muerte tenemos que relajarnos un poco. Y, sobre todo, dejar de sobreactuar. No hay que ir a todos los conciertos, ni tener todos los discos, ni ser el más listo de la clase del rock. Y mucho menos proyectar complejos ahí, convirtiendo esa pasión en algo grotesco. No debemos apabullar a la gente en las redes sociales con nuestra supuesta sabiduría, que nunca es tanta, por cierto. Tampoco, convertirnos en policías del rock con los chavales que llevan camisetas de los Ramones a ver si saben quién son. Ni terminar en una boda amargado y sin bailar la de Azúcar Moreno, esperando que el pincha ponga un tema de los Pixies. No, porque la música no es tan importante para que uno acabe convertido en una caricatura. 

¿Cuál ha sido el punto de partida y cómo se gestó este libro? ¿La crisis sanitaria que estamos viviendo ha tenido algo que ver?

El libro surge en los primeros días del confinamiento cuando el “Resistiré” del Dúo Dinámico sonaba en todas partes. Un día, oyéndola en la radio con atención, me emocioné mucho. “¡Vaya temazo!”, me dije. El verso ese de «Soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie» me dejó flipado. Recuerdo que estaba accediendo al trabajo y me quedé en el coche para escucharla entera. Realmente, nunca me había tomado en serio ni la canción, ni el grupo. Y eso es muy penoso. Algo como el Dúo Dinámico no entra dentro de lo que la gente que sabe de música considera un gran grupo y uno, inconscientemente, es víctima de esos criterios externos más de lo que debiera. Con aquel estado de ánimo la entendí perfectamente. Luego, cuando me enteré de cómo se había escrito y su intención original, más aún. 

¿Y qué ocurrió?

Que al echar un vistazo en mis redes sociales encontré una oleada de rechazo tremenda hacia el “Resistiré” entre la gente de la música, la que supuestamente más sabe y tiene más criterio. Todo frente a una sociedad que la había adoptado espontáneamente como un himno en uno de los peores momentos. Noté una especie de deja vu con situaciones anteriores. Por un lado, el convertir un tema totalmente anecdótico en una crisis tan importante como esta en algo central. Da a entender que los melómanos vivimos en una burbuja o algo asi donde lo que importa no es una pandemia, sino que su banda sonora de esta sea pésima. Por otro lado, se encuentra esa especie de exhibición del buen gusto basada en el rechazo: cuanto peor hablo de un determinado tipo de música, transmito más la idea de que sé y que tengo un criterio sólido. Por eso se exagera tanto ese rechazo, sospecho. En realidad, es como autopiropearse arreando a los demás. En este caso es el “Resistiré”, pero antes fue el “Despacito” o el éxito de Vetusta Morla que le hizo a tantos insorpotable. En realidad lo que se quiere decir ahí, por lo general, es: «Yo no escucho vulgaridades como tú, yo tengo buen gusto».

«Yo, que vengo del indie y los fanzines, he experimentado una transformación como oyente adulto bastante grande, que me ha llevado a ampliar el espectro totalmente. Me han influido un montón de cosas. Pero ha sido clave trabajar en prensa general».

La intención era hacer una entrada de Facebook. Y de ahí, a un libro.

Sí, eran unas líneas para las redes sociales, pero temía que sentase mal en ese contexto [risas]. Opté por guardarlas y pronto empecé a ligar lo que penaba con otras crisis, como el atentado de Bataclán o la crisis económica de 2008, donde me tropecé con situaciones similares. De esas que dices: ¿pero qué tenemos en la cabeza? ¿pero de verdad que yo soy así? Y sí, mirándome al espejo, vi que que muchas veces he caído y, a veces aún caigo, en los mismos errores y comportamientos entre infantiles e irracionales. Algo, por cierto, muy de hombre. Las mujeres, por lo general, tienen una relación con la música mucho más sana y desacomplejada. Con todo eso en la cabeza las ideas llegaron como un torrente, recuperé otras y prácticamente escribí el 75 % del libro de un tirón.  Luego, en agosto, le di el último empujón.  

¿Hasta qué punto este libro es el resultado de un proceso de cambio a la hora de acercase o entender la música? 

Totalmente. Yo, que vengo del indie y los fanzines, he experimentado una transformación como oyente adulto bastante grande, que me ha llevado a ampliar el espectro totalmente. Me han influido un montón de cosas. Pero ha sido clave trabajar en prensa general. Ahí no solo te dedicas al indie o a alguna escena marginal. Tampoco vale solucionar la papeleta diciendo «no entiendo como a la gente le puede gustar David Bisbal», con gesto de desgana y posición de superioridad. Tienes que hablar de Los Planetas, pero también de Pimpinela, La Oreja de Van Gogh, la coral del barrio de al lado de tu casa, el nuevo disco de Bruce Springsteen, el concierto de Ricky Martin y la enésima banda de versiones de tu ciudad. Y siempre de manera seria, respetuosa y pensando en el lector, no en tus filias y fobias personales. Aunque parezca mentira, a mucha gente de este mundillo de melómanos ilustrados le parece imposible respetar a Sergio Dalma o admitir que la gente escucha reguetón sin tener que expulsar su ira o su sarcasmo. Curiosamente, y eso lo he comprobado, lo hace gente que nunca ha escuchado un disco de Sergio Dalma entero [risas]. ¿Se imaginan que un fan de Sergio Dalma dijera que Wilco son una bazofia y sus fans unos analfabetos porque un  día escuchó un tema suelto suyo en la radio y no le gustó? Es fácil adivinar qué diría, ¿verdad?

En el libro te refieres mucho a los obstáculos que nos impiden disfrutar de la música y reivindicas la forma de acercarse a ella que tienen los niños. ¿De dónde nos viene tanto prejuicio?

Sí, desde hace tres años doy charlas sobre la historia de la música pop para niños en colegios, festivales y centros culturales. Incluso escribí un libro “¡Esto es pop!” sobre ello que, seguramente, tenga continuidad en breve. Verme obligado a adoptar la perspectiva infantil me ha ayudado a redescubrir muchas cosas. El caso de The Beatles, a quienes dedico varias páginas en el libro, es total, por ejemplo. Pero me ha ocurrido con muchos otros y especialmente en la actitud de disfrute. Todo eso me ha llevado a viajar en el tiempo, a cuando yo era niño y sentía fascinación por el pop. Ahora, de repente, aparece un artista como Bruno Mars. Lo puedes ver con desdén en plan «este tío no aporta nada», decir «este tío copia a Michael Jackson» y remarcar que «este tío está sobrevalorado», rebuscando una alternativa de prestigio para fortalecer el discurso. O coger “Uptown Funk” y ponerte a bailar como un  loco con tus hijos, vibrando con ella porque, sí, es un temazo incontestable. Recomiendo, por supuesto, la segunda opción. Y, ojo, que están por ahí los parques de bolas y los cumpleaños de niños. Hay canciones de Shakira, Enrique Iglesias o Carlos Vives, que me molan mucho, y han entrado en casa por esa vía sorprendiéndome a mí mismo. 

Incluso hablas desde la perspectiva de género.

Fijándome en las mujeres que me acompañan en la vida, en mis amigas, en artistas femeninas y periodistas mujeres, veo claramente que su acercamiento a la música es diferente, en general. No fardan de lo que escuchan, no se pavonean sobre que descubriendo a no se qué grupo cuando sacaron su primer single, no se meten en discusiones absurdas. Para mí lo suyo es más sano, más natural y más disfrutable, sin coartadas cínicas para marcar distancia de seguridad, no vaya a ser que me guste «de verdad» Camela. También sin proyectar complejos, despreciando los gustos ajenos o reinventando los propios. Luego está lo que ellas tienen que soportar de nosotros cuando empieza la pelea de gallos de los sabelotodo. En el libro, por ejemplo, recuerdo cuando la cantante Zahara entró en Operación Triunfo a dar clase de cultura musical. Les explicaba a los alumnos:  «Se supone que alguien que sabe mucho debería hacerte sentir bien porque te va a poder enseñar todo lo que sabe. Pero esa gente que sabe tanto que solo te hace sentir mal, haciéndote ver que eres ridícula o no estás a la altura, para mí es que saben bien poco. Son muy gilipollas». Preguntándole en una entrevista por el tema me admitía que siempre habían sido hombres quienes la habían hecho sentir así. 

La música que nos acompaña desde que nacemos ¿crees que tiene una función específica en cada etapa vital? Por ejemplo, en la adolescencia como comentas en tu libro.

Me parece que en los adolescentes actuales no tiene ese papel tan importante. Los videojuegos y las redes sociales me temo que han comido bastante terreno, pero aún así el pop juega muchas veces de espejo de lo somos y de lo que nos gustaría ser. Y cuando la personalidad se está formando, ese juego tiene un poder tremendo. En mi caso fue un desvío inconsciente hacia algo que no me gustaba y ahora me doy cuenta. A finales de los 80 y primeros 90 en mi ciudad había un ambiente juvenil de discoteca de tarde con el que nunca conecté. Toda esa historia de guapos y guapas, peleas a la mínima de cambio, clasismo y reglas estéticas absurdas (¡si llevabas un calcetín blanco no dejaban entrar en una discoteca!) no era para mí. Intentaba conectar, pero era imposible. Meterme en la música, descubrir las salas, hacer fanzines, conocer a otra gente en mi onda me abrió un universo infinitamente más excitante. Pero, eso sí, más tarde vi que también ahí había otras reglas [risas]. Este libro va un poco de romperlas en la medida de lo posible.

Al hilo de las etapas vitales comentas: «Que nadie se engañe, ser padre lo cambia todo…” ¿cómo ha cambiado respecto a la música?

Muchísimo. Ser padre es un antes y un después en todos los sentidos y, cuando la música ocupa un papel tan central en tu vida, tiene que tener reflejo ahí. Y no hablo solo de la música que escuchas, que también influye. Para mí, por ejemplo, la música en directo en salas es una cosa que me fascina. Cuando nació mi hija, tocaban en Galicia esa misma semana Mark Lanegan, Low y John Cale. En otras condiciones iría a todos. Obviamente, no fui a ninguno. Fue un primer aviso premonitorio. Un año después, venían Beach House, que es seguramente mi grupo de pop favorito de los últimos diez años. Tenían una fecha en Oporto. Me vine arriba pensando que iba… hasta que vi en el calendario que se trataba exactamente del primer cumpleaños de mi pequeña. ¿Dejar ese momento por ver un concierto? ¡Ni de broma! La música no es tan importante [risas]. Y como esas hay miles que aparecen como revelaciones constantes. 

A lo largo del libro podemos ver cómo los acontecimientos históricos casi llevan asociada una banda sonora ¿qué papel juega la música en este sentido? ¿crees que se instrumentaliza?

Sí, una de las ideas del libro es que la música no es lo más importante, pero qué bien que esté siempre ahí. Eso ocurre a nivel de su historia personal. Y también en la historia en general. Cuando se mire atrás a este momento de la pandemia, va a sonar “Resistiré” sí o sí, al margen de que haya un  grupo de melómanos que hubieran preferido otra canción supuestamente más digna. ¡Cómo si eso se pudiera elegir de acuerdo a gustos y criterios estéticos, vamos!

Hablemos de criterio musical, dices: “Cuando uno tiene o cree tener criterio empieza a desechar un montón de cosas en la música” ¿Cuál es la razón que explicaría por qué algunas personas se auto adjudican el monopolio de las certezas musicales?

Es la gran paradoja: si tengo criterio, lo que hago es poner un embudo por el que solo pasa la calidad verdadera, según unas reglas que me vienen dadas. Lo que ocurre es que ese criterio muchas veces lo que hace es limitarte, porque parte de unos presupuestos teóricos que muchas veces nada tienen que ver con el corazón y las emociones. Un ejemplo claro para mí es esa idea que se instauró en parte de la prensa de los noventa de la sacralización de la innovación. Se entiende que el pop tiene que mirar al futuro y aportar siempre cosas nuevas a nivel formal. Desde mi punto de vista, en España uno de los mejores grupos de pop de ese momento eran Los Flechazos pero -¡ays!- eran “retro”. ¡Pecado! ¡No puede ser! ¡Cortocircuito! Para la gente con ese criterio se establecía ahí un muro infranqueable que impedía poder disfrutar de un cancionero maravilloso. No es que las canciones fuesen buenas o malas, que en eso ya ni se entraba, el problema es que estas miraban abiertamente al pasado. Y el dogma prohibía eso. Si se abría esa puerta se desmoronaba el castillo y ya no se podía seguir defendiendo el discurso, salvo que hiciera alguna trampa (como la que se hizo para Suede, por ejemplo). Así Los Flechazos fueron ninguneados, y a veces ridiculizados, por parte de la prensa indie. Y el público que seguía esos criterios se quedó sin disfrutar en tiempo real de uno de los mejores grupos de esa generación. Este ejemplo es extensible a un montón de cosas.

¿Cómo cuáles?

Pues el criterio a veces dice cosas que no se pueden hacer solos de guitarras, que la bachata es una música de baja calidad, que el brit-pop lo fastidió todo porque miró al pasado y bloqueó la evolución deseable del pop, que a Teenage Fanclub le perdonamos que sean retro pero a Black Crowes no sin que la cosa tenga ni pies ni cabeza, que la alegría es “buenrollismo” y se supone que eso es algo malísimo, que los grupos de pop español que venden discos son pésimos per sé, que la música retro es de derechas y la innovadora de izquierdas, que ojo con la épica que no vaya a ser que esto suene a U2… ¿De verdad que eso sirve para algo? A mí, por favor, quítame de delante  eso y déjame disfrutar de todas las cosas que se quedan fuera. 

La música y las emociones guardan una estrecha relación y hay ocasiones en que se juzga a la música en función de lo que transmite hablas de “el mito del artista triste y el rechazo estético a la alegría” ¿cuál crees que es el mayor miedo que al respecto?

Sí, de eso trata mucho tu documental, Emotio en el que tuve el placer de participar y recojo en el libro. Se tiende a eso. Uno de los peores calificativos que te podían lanzar desde el ambiente indie es el de “buenrollista”. Se aplicaba, por defecto, a toda la música que tuviera alegría. A veces, como suele suceder, incluso de manera totalmente superficial y sin sentido. ¿Cuántas veces hemos oído  tildar despectivamente de «buenrollista» a Manu Chao? Quien escuche, al menos una vez, cualquiera de dos obras maestras, “Clandestino” y “Esperanza”, comprobará que hay ahí bastante más tristeza, dureza y melancolía que en las obras completas de Nick Drake. Eso sí, en esos discos también hay luz y búsqueda de la alegría vital, que es lo que parece que molesta. No diría que es un miedo, que puede ser también. Más bien se trata de continuar una línea que parece decirte que el camino de la excelencia está en la tristeza y los sentimientos torturados y no en la felicidad. Cuando esta aparece, desde la crítica se toma como un elemento sospechoso. En el libro pongo algunos ejemplos de ello, como el del último disco de James Blake, que se recrea en el amor que profesa a su pareja de la que está profundamente enamorado. Pitchfork lo ridiculizó. Aquí en España había críticas positivas advertían que, pese a ser disco feliz, merecía la pena. Parecía que se advertía “contiene felicidad” como si fueran trazas de frutos secos.

Al comienzo del libro hablas de la película “Alta fidelidad” de cómo en su momento te sentiste identificado con ella e incluso hay un pasaje en tu libro que sucede en el Festival de Benicàssim que podría ser una secuencia de la misma. ¿Cuánto ha cambiado tu mirada al respecto? 

Afortunadamente, mucho [risas]. Yo también he sobreactuado con mi pasión por la música y coqueteando con la estupidez, cuando no abrazándome directamente a ella. Mejor eso que andar peleándome en discotecas o estar gritando sandeces racistas en la grada de un estadio de fútbol, pero un poco menos de tontería tampoco me hubiera venido mal. La película “Alta Fidelidad” es muy ilustrativa. En su momento te mostraba algo así como “uno de los tuyos”, con mucha ironía y donde era fácil verte reflejado. ¡Hoy veo esa película y me sorprendo por haberme sentido identificado con ella en algún momento! Muchos de los tics chungos con los que no quiero tener absolutamente nada que ver están ahí: los complejos que te llevan a recluirte en un submundo, los perdonavidas que agreden con su sabiduría a los demás, la inmadurez crónica sin solución, la necesidad de tener una novia-mamá que tire de ti en la vida, la dificultad de tener una vida social normal más allá del gueto musical, el mirar a la gente por encima del hombro porque has escuchado muchos discos, el clasismo cultural… Respecto al pasaje que me mencionas, sí, podría encajar en este filme perfectamente. Aquello fue bastante impresentable.       

Por último, ¿qué canciones han sonado durante la escritura del libro?

Mis amigos del Café Pop Torgal de Ourense me pidieron durante el confinamiento que les hiciera una playlist allá por el mes de abril. Y les puse tal cual lo que más estaba escuchando en ese momento, que fue cuando estaba escribiendo el libro.  La lista es esta: “Moonlight Shadow” (Mike Oldfield), “Dónde estabas tú” (Vega), “Da onterzona a annexia” (Moura), “Asmr para ti” (Triángulo de Amor Bizarro), “Arroyo claro, fuente serena” (Billy Boom Band), “Godless” (Close Lobsters), “Strawberry Fields Forever Take 1 /Anthology 2” (The Beatles), “What I Like About You” (The Romantics), “Resistiré” (Dúo Dinamico), “Allways On My Mind” (Pet Shop Boys), “Good Enough” (Dodgy), “Firework” (Katy Perry), “When Tomorrow Comes” (Eurythmics), “Lodo” (Xoel López), “Que rico mambo” (Pérez Prado), “Take This Waltz- Live In London” (Leonard Cohen), “Billie Jean” (Michael Jackson), “Amarillo” (J Balvin), “Can’t Stop The Feeling!” (Justin Timberlake), “Murder Most Foul” (Bob Dylan), “Volverán esos momentos” (ELE), “Golden Slumbers” (The Beatles), “Carry That Weight” (The Beatles), “Minha Galera” (Manu Chao) y “Free Money” (Patti Smith). 

Puedes apoyar este proyecto aquí:

https://libros.com/crowdfunding/la-musica-no-es-lo-mas-importante/

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