Mi colección, Miqui Otero

B.Echeverría

En esta nueva entrega de «Mi colección» hablamos con Miqui Otero (Simón,2020) sobre discos y su relación con la música.

¿Recuerdas cuándo y cómo empezaste tu colección de discos?

En casa de mis padres no había demasiados discos. Sí recuerdo a mi padre haciendo gimnasia sueca (o algo parecido) en pijama mientras sonaba el típico disco de baladas italianas de los cincuenta y sesenta, con dibujo de gondolero en la portada incluido. Él era maestro de escuela, de tercero de EGB, y gracias a eso se obró el milagro. Tuvo como alumno a los hijos de Castelló, que eran unas tiendas de discos de la calle Tallers (ya no están). Antes los profes recibián regalos por navidad, así que cuando él tenía en su clase a alguno de esos hijos, por Navidad le preguntaban qué par de discos quería de regalo. Así que yo fui a la calle Tallers antes de pisarla, por así decirlo. Antes de que, desde la adolescencia, se convirtiera en mi segunda casa, porque ahí ya pudimos pedir alguno de esos primeros vinilos. Luego, como con cualquier amante de la música de Barcelona, fui sin tregua durante mi adolescencia (incluso cuando no tenía ni un pavo para comprar) y allí sigo. De hecho, en Simón aparece Revolver, es donde se refugian (no es casualidad) el día del atentado en las Ramblas. En Revolver, por ejemplo, sé que he comprado demasiados porque siempre me regalan una bolsa de tela: la marca de tu vergüenza, porque la regalan cuando has hecho mucho gasto. 

No soy muy fetichista, ni compro según lo especial o raro que sea un disco. Pero me viene a la cabeza uno de Los Plomos donde aparece «El hombre cosa ama la lluvia», una de mis canciones favoritas en castellano

¿Qué discos consideras como las joyas de tu colección?

No soy muy fetichista, ni compro según lo especial o raro que sea un disco. Pero me viene a la cabeza uno de Los Plomos donde aparece El hombre cosa ama la lluvia, una de mis canciones favoritas en castellano. Luego tengo una historia curiosa con otro. Siempre había querido tener el Picnic Caleidoscopico de Los Negativos. Pero era difícil de encontrar. Finalmente vi una copia en Wah Wah, pero costaba 65 eurazos o 12.000 pesetas (no recuerdo el año, debía ser el año 2.000, aproximadamente). Siempre lo miraba y nunca lo compraba, porque realmente era un pastón para mis posibilidades entonces. Hasta que ahorré y lo compré. Una semana después lo reeditaba en vinilo Mushroom Pillows. A mí que me da bastante igual si es original o no, no me pudo dar más rabia. Pero, vaya, lo guardo con cariño para constatar mi nulo olfato para las gangas. Por trabajo, durante un tiempo viajé bastante y descubrí mil tiendas increíbles fuera de la ciudad (recuerdo una de Dusseldorf alucinante, de cuando fui a entrevistar, agárrense, a ACDC justo el día que habían metido en la cárcel al batería y el hermano había renunciado a la banda por padecer demencia). Luego tengo discos de la Fania bastante raros, también bastante 7” de nothern soul, pero odio la cosa collector / pajero de fardar demasiado. 

¿Cuáles han sido los discos que te han acompañado durante la escritura de Simón?

He escuchado, para mi sonrojo, porque el Miqui de 16 años lo sabe y me mete un guantazo, mucho jazz (Milt Jackson para venirme arriba) y clásica (el pianista András Schiff, que a mí me parece la monda, aunque no pueda comprar porque no soy nada experto). Pero las dos canciones que me han acompañado más en la escritura son las dos que aparecen como motivo en la novela: Demasiado corazón, de Mink Deville (porque los personajes tienen demasiado corazón, o hipertrofiado, y van con él en la mano y se hacen daño) y Boys Don’t Cry, de The Cure, porque es una letra triste en una melodía pop luminosa, y ese contraste es como yo quiero escribir: con la imagen de alguien que está triste, muy jodido, pero que intenta sonreír.

Simón (Blackie Books, 2020)

¿Tienes algún ritual y/o momento perfecto a la hora de escuchar tus discos?

Buah, muchas, soy bastante maniático. Si es por la mañana, café y calcetines (y yo el 90% de días llevo calcetines rojos, desde que se los vi de niño a Xavier Cugat en una entrevista en la tele). Si es por la tarde, quinto de birra y sin descalzarme. Siempre los escucho encima de una alfombra de colores que tengo. También tengo la típica gamuza/cepillo que paso antes de pinchar cada uno. Ahora, como tengo una hija de siete meses y otro de tres años, primero los canso mucho poniéndoles sus hits (los del parvulario y algunos que sé que le molan al mayor, como Jackson 5 o la canción Ella es demoledora, de Farmacia de guardia: una de las primeras frases que dijo fue “por las calles de mi puta ciudad”). Y entonces procedo: siempre que pongo una canción tengo las tres siguientes con los discos apoyados en una especie de rayo de neón al lado del plato. Antes, durante la uni y después, me ganaba los cuartos pinchando y se me han quedado tics. Es un poco absurdo calentar la pista cuando la pista es un bebé que solo balbucea y uno de tres años que te pide El Pot Petit (bueno, y mi chica) pero sigo haciendo lo mismo. Espero no acabar tocando botoncitos y poniendo los brazos en cruz. Espero no llegar a ser tan flipado nunca, pero no lo descarto.

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